La soledad del Sacerdote
Los sacerdotes somos seres vulnerables. Sublimes administradores de una gracia particular que nos trasciende, pero as铆 mismo, delicados seres humanos. A veces nos mostramos tan duros que parecemos impermeables, pasamos como seres objetivos en todo sentido, perfectos hasta en el m谩s m铆nimo detalle. Pero no es as铆. El aura de santidad que nos rodea, en un descuido, en una ligereza o imprudencia, se puede volver una corona de espinas que nos hace sudar sangre o que hiere a la Iglesia. Y si no somos perfectos, al menos as铆 aparecemos en las exigencias y en el imaginario colectivo de nuestros feligreses y nuestras familias.
Rodeados de gente, a veces hasta la saciedad, terminamos el domingo en la soledad del sagrario o en la soledad de la habitaci贸n, poblados de presencias desvanecidas que con el paso del d铆a se fueron volviendo ausencias. En los primeros a帽os de sacerdocio, en esa misma soledad de la meditaci贸n, luego de que el traj铆n del d铆a ha dado paso al silencio de la conciencia, se llega a pensar: ¿Me habr茅 equivocado? ¿C贸mo ser谩 una vida por fuera del sacerdocio? ¿Tiene sentido desgastarme por seres an贸nimos? Preguntas que para muchos surgieron esa noche antes de la ordenaci贸n diaconal y sacerdotal en la que poco dormimos.
Pero luego, afortunadamente, con el pasar de los a帽os, las dudas van dando paso a la confirmaci贸n de que... Dios no se equivoca cuando llama, sino que somos nosotros los que nos equivocamos al no ser lo suficientemente generosos; y se empiezan a concatenar tantas satisfacciones: el abrazo de quien no te conoce pero te agradece porque lo has escuchado en confesi贸n, la sonrisa de los ni帽os cuando los bendices, el sentir que eres un instrumento para que nazcan hijos para el cielo, la palabra sencilla que lleg贸 al coraz贸n de alguien que necesitaba ese consuelo, el bien que logras con un buen gesto y con tu trabajo silencioso que no sale en los peri贸dicos... Y descubres que todo empez贸 un d铆a, cuando te sentiste llamado. Hubo un momento inicial: Ir al seminario, ser un santo sacerdote, ayudar a las personas como Cristo. Y as铆 surgi贸 el Amor que todo lo abarca. Y las ilusiones, porque todos hemos querido cambiar el mundo con nuestra misi贸n y en todos se ha albergado el ideal de la santidad.
En un momento de desespero, de angustia ante la realidad, de frustraci贸n por la p茅rdida de la identidad, el sacerdote experimenta ese tipo de soledad que no es ben茅vola, diferente a aquella otra necesaria y justa que deja escuchar los latidos del coraz贸n de Dios en la oraci贸n. De la que hablo es de la soledad que hizo perder el sentido de lo que movi贸 su primer amor a Cristo. Esa soledad que dej贸 escapar el pensamiento encaminado a la posibilidad de una presencia y compa帽铆a que luego, con el tiempo, ser谩 frustraci贸n; y es que G. Bernanos, en su "Diario de un cura rural" lo dijo mejor: "un verdadero sacerdote no es nunca amado". Y es verdad, porque as铆 茅l no quiera, su vida es de Dios, que sabe reclamar lo que siempre ha sido suyo.¡Una oraci贸n por nuestros sacerdotes nos vendr铆a muy bien en este momento!
Rodeados de gente, a veces hasta la saciedad, terminamos el domingo en la soledad del sagrario o en la soledad de la habitaci贸n, poblados de presencias desvanecidas que con el paso del d铆a se fueron volviendo ausencias. En los primeros a帽os de sacerdocio, en esa misma soledad de la meditaci贸n, luego de que el traj铆n del d铆a ha dado paso al silencio de la conciencia, se llega a pensar: ¿Me habr茅 equivocado? ¿C贸mo ser谩 una vida por fuera del sacerdocio? ¿Tiene sentido desgastarme por seres an贸nimos? Preguntas que para muchos surgieron esa noche antes de la ordenaci贸n diaconal y sacerdotal en la que poco dormimos.
Pero luego, afortunadamente, con el pasar de los a帽os, las dudas van dando paso a la confirmaci贸n de que... Dios no se equivoca cuando llama, sino que somos nosotros los que nos equivocamos al no ser lo suficientemente generosos; y se empiezan a concatenar tantas satisfacciones: el abrazo de quien no te conoce pero te agradece porque lo has escuchado en confesi贸n, la sonrisa de los ni帽os cuando los bendices, el sentir que eres un instrumento para que nazcan hijos para el cielo, la palabra sencilla que lleg贸 al coraz贸n de alguien que necesitaba ese consuelo, el bien que logras con un buen gesto y con tu trabajo silencioso que no sale en los peri贸dicos... Y descubres que todo empez贸 un d铆a, cuando te sentiste llamado. Hubo un momento inicial: Ir al seminario, ser un santo sacerdote, ayudar a las personas como Cristo. Y as铆 surgi贸 el Amor que todo lo abarca. Y las ilusiones, porque todos hemos querido cambiar el mundo con nuestra misi贸n y en todos se ha albergado el ideal de la santidad.
En un momento de desespero, de angustia ante la realidad, de frustraci贸n por la p茅rdida de la identidad, el sacerdote experimenta ese tipo de soledad que no es ben茅vola, diferente a aquella otra necesaria y justa que deja escuchar los latidos del coraz贸n de Dios en la oraci贸n. De la que hablo es de la soledad que hizo perder el sentido de lo que movi贸 su primer amor a Cristo. Esa soledad que dej贸 escapar el pensamiento encaminado a la posibilidad de una presencia y compa帽铆a que luego, con el tiempo, ser谩 frustraci贸n; y es que G. Bernanos, en su "Diario de un cura rural" lo dijo mejor: "un verdadero sacerdote no es nunca amado". Y es verdad, porque as铆 茅l no quiera, su vida es de Dios, que sabe reclamar lo que siempre ha sido suyo.¡Una oraci贸n por nuestros sacerdotes nos vendr铆a muy bien en este momento!
Redacci贸n: Padre C茅sar
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