Carta de la Virgen María para Edu

Hola, mi querido hijo del alma, que la paz del Señor esté contigo...

Te escribo como madre y lo primero que quiero decirte es que Dios te ama y se preocupa continuamente por ti  y que me ha encargado que te cuide. El mundo te dice lo que hay que mirar las cosas desde arriba, porque solo el que tiene dinero, fa­ma y poder está cerca de la felicidad. Sin embargo, recuerda que mi hijo, nació acá abajo, entre la gente sencilla, humilde y pobre, y desde abajo comenzó a construir el Reino de Dios con la única fuerza de su amor.

Te voy  a contar un secreto: Dios no está allá arriba, en el cielo, sino acá abajo, en la tierra. Y te necesitamos con un corazón grande y sensible, con unos ojos bien abiertos, capaces de ver la vida como la vemos aquí. Entonces entenderás que Dios te es imprescindible, que lo necesitas más que el aire que respiras. Desearás escucharle, hablarle, sentirte cerca de Él en la oración, porque es el motor que te impulsa y la fuerza que te anima.

Así comprenderás que la humildad y la sencillez son la llave que abre las puertas de todos los corazones. Te darás cuenta de que, cuanto más te olvides de ti mismo y vivas para los demás, más feliz serás, porque estarás más lleno de Dios. Te olvidarás de las cosas que la sociedad de consumo te ofrece y, cuando tengas que usarlas, lo harás sin rendirles el corazón, porque tu corazón le pertenece a otro y tu tesoro está lleno de otra cla­se de riquezas.

Sentirás que tu vida se llena de sentido y caminarás por ella en busca de tu meta, que está aquí en el mundo y sobre todo aquí en el cielo. Trabajarás por hacer un mundo mejor hasta consumir tus fuerzas y al final, cuando veas que la labor te sobrepasa, entenderás que estás trabajando en la obra de Dios y que tú solo eres un obrero en ella, incapaz de entenderla del todo y de terminarla, pero seguro de que se acabará y la disfrutarás con todos los otros.

Como ves, el camino no es fácil pero tampoco es imposible. Te lo digo yo, que lo seguí primera, justo tras mi  hijo. Me dirás que lo tuve fácil por ser la madre del hijo de Dios pero no es cierto. Dios no me lo puso nada fácil, yo también tuve que buscar constantemente su voluntad. Desde que le di el SI anduve en búsqueda y en inquietud constante, a mí también me costó aprender a ver las cosas desde sus ojos, me costó reconocer al hijo de Dios en el pesebre y sobre todo en la cruz hasta que comprendí que el arma de Dios es el amor y que no hay mayor amor que dar la vida por los demás.

Querido hijo, ya sabes lo que debes hacer. No te quedes quieto y usa el talento que Dios te regaló para hacer el bien junto con los demás, sé siempre una luz para aquellos jóvenes que necesitan usar tu voz y ayudarles a ser escuchados, demuestra con tus acciones mi caminar, cuando estaba entre ustedes. Desde aquí te acompaño e intercedo por todo lo que me vas pidiendo en la medida en que Dios piensa que corresponde dártelo.

Desde el alma, tu madre del cielo... María de Nazareth


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